martes, 27 de julio de 2010

Anhelo de ingenuo

a vos, donde quiera que estés...

Me hice piedra para no llorar
Me hice llanto para ser del viento
Me hice aire para no escuchar
Me hice grito y me abrazé al silencio

Te hice sueños
Te hice palabras
Te hice tiempo inmortal

¿Quién escapa a esa garra sin nombre
a esa sombra sin dueño
a la amante desleal?

¿Y si robare un cristal a la luna
que te refleje en mi sábana azul?

Hoy, eres mi sueño de diamante
Dibujo tu voz en el aire
y tu risa en los espejos.

Hoy, te cubre un velo cristalino
una ternura de gorriones
en un nido de algodón.

¿Y si robare un destello al sol
y adornase con él tu cuello?
El mundo sería todo poesía
o todo canción.

Ahora pintarás nuevas estrellas
Nubes de óleo y esferas de azahar
Y un rubí, en secreto, para los cómplices
Sabedores de la inclemente verdad

Nada es tan frágil como el tiempo que nos queda

miércoles, 31 de marzo de 2010

Tiempo roto

Apagó el televisor y dejó el control remoto sobre la mesita color miel a su derecha; por primera vez desde aquel día, permitió que las lágrimas se escaparan de sus ojos, que los recuerdos se revolvieran en su mente, se anudasen en su estómago, se atorasen en su garganta. Su vista empañada permanecía fija en un Gabriel sonriente, inmóvil; eterno dentro de ese pequeño marco dorado. Indestructible. Ella no parpadeaba, observaba aquel rostro como si poco a poco algo dentro de sí estuviese huyendo para siempre.

Una última lágrima cayó y se recogió en su mejilla. Con una mano en la frente, suspiró y tragó saliva, y sintió al tiempo resquebrajarse como se resquebraja la porcelana vieja, lo sintió estallar y diseminarse por toda la alfombra, por todo el sillón, por la mesita color miel a su derecha, por toda la casa, en miles de trozos diminutos imposibles de volver a juntar.

Fue un segundo; un instante dentro de un segundo.

Tomó el control remoto con la mano libre – la otra aún sostenía su frente - y buscó con su dedo el botón de apagar; luego lo apretó apuntando a la cara de Gabriel.

Un nuevo suspiro y cerró los ojos.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Epílogos

(seguimos con las ilustraciones... y se viene el libro...)

Mi nombre no importa y además ni siquiera lo recuerdo, estoy casi ciego y creo que he envejecido tanto que estoy más cerca de los muertos que de los vivos. Ya no recuerdo la última vez que tuve un contacto real con una persona real: una conversación, un diálogo, un baile, un romance; solamente evoco estas palabras sin saber bien qué es lo que significan. Hay tantas cosas que no recuerdo que hasta dudo que las haya vivido en algún momento.

Es raro que una persona sepa escribir pero no leer. Yo no sé leer - o al menos hace tanto tiempo que no lo hago que pareciera que no supiera -, ni siquiera lo intento. Escribo estas líneas sin ver lo que hay en ellas, las palabras salen de mi mano y se vuelcan en el papel como si tuvieran vida propia, como si necesitaran manifestarse por ellas mismas, cobrar vida desde lo más hondo y profundo de mí para morir nuevamente en el papel, y entre ellas formar frases y oraciones que para mí no tienen ningún sentido. Solo sigo este impulso interno y desconocido que no me pertenece, que no reconozco y al cual yo tampoco pertenezco. Sé que en algún momento me detendré, cesaré de escribir y no reconoceré nada de lo que en el papel habré dejado. Quizá sea el mismo papel el que me diga que me detenga, o sean las palabras las que dejen de surgir para dar paso a un punto al que solo seguirá el vacío. Creo que yo ya he llegado a ese punto, no sé cuándo, no sé cómo y no sé por qué; sé que en un momento el tiempo se detuvo y yo seguí corriendo, pero ya si ningún sentido. A pesar de que mis ojos tengan aún cierta capacidad para ver, los abro en ocasiones tan esporádicas que apenas recuerdo las formas. Los recuerdos son para mí sonidos: estruendos, ruidos, voces. Gritos quizá. Sí, gritos. También olores, olores que no se quitan con baños, con agua y jabón y perfume; la memoria no se puede lavar, la podredumbre interna es la que destila los peores hedores de un individuo. Y los números; sí, también los números…

No sé cuántos años tengo pero creo que debo ser muy viejo; me doy cuenta porque cada vez el cuerpo me resulta una carga más pesada, porque mi voz que tan poco frecuentemente utilizo suena desgastada y oxidada, porque el tiempo me resulta cada vez más pequeño. Hace años que no me observo en el espejo y no me atrevo a hacerlo. Tengo miedo de lo que pueda llegar a reflejar. Quizá solo me vea vagamente, y aunque no me reconozca esto no sería peor que escuchar mi marchita voz avejentada; pero quizá sí me reconozca, quizá me vea a mí mismo ahora y antes, rodeado de todos esos sonidos y olores encarnados en sus formas, en esas formas que ya no recuerdo, y por un instante esas formas vuelvan a mí, vuelvan para ser simplemente eso que son, formas, y me aterroricen y me lleven dentro del espejo y no me dejen salir. Quizá vea el reflejo de lo que soy y de lo que fui. No, por eso prefiero no hacerlo, si fuera por mí destruiría todos los espejos y haría desaparecer todos sus reflejos, así estaría más a salvo. Pero, ¿más a salvo? ¿A salvo de qué? A veces pienso que mi salvación es imposible. No, no tengo salvación. Sin embargo, prefiero quedarme con los olores. Sí, con los olores, los sonidos y los números…

En ocasiones abro los ojos y apenas distingo las sombras borrosas de los objetos que tengo a mi alcance. La cuchara, el plato, el vaso… sé que están ahí, todos sobre la mesita de noche, reclamándome atención. De vez en cuando como y bebo, aunque el apetito hace tiempo que me ha abandonado. Solamente lo hago para satisfacer las pretensiones de los objetos. Tal vez lo único que todavía me provoca algo de placer es servirme un vaso de whisky con hielo o una cerveza fría, pero eso solo ocurre dentro de mi mente. Otras veces me quedo observando mi viejo revólver y mis antiguas medallas, y me pregunto si a lo mejor sería capaz…

No puedo evitar pensar si esto que escribo tiene algún sentido, algún propósito; si en verdad estoy diciendo algo o solamente son palabras que siguen a otras palabras sin orden ni coherencia; si realmente las palabras que coloco expresan lo que deben expresar. Quizá en verdad existan cosas que sobrepasen a las palabras, tal vez el poder de éstas ya no esté a la altura necesaria, quizá yo ya no esté a la altura. ¿A la altura de qué? ¿Qué significa estar a la altura? ¿Es cuando uno reconoce lo que es necesario, cuando uno sabe medir las consecuencias? ¿Pero cuándo algo se convierte en necesario? ¿Cuándo algo es tan necesario que no importan las consecuencias? Quizá sean las palabras mismas las que no quieran expresar ciertas cosas, a lo mejor sea mejor así.
No puedo evitar pensar, y a veces siento que a esta altura es lo único que hago…

Los números han entrado en mi vida en un momento que sería incapaz de precisar, pero una vez adentro se convirtieron en los rectores de todo lo que soy. Quizá sean ellos los que me salvaron de la locura, o quizás no. Quizá no sirva de nada ser cuerdo en un mundo de locos, o tal vez sea lo único que importa. “Son solo números, general”. Sí, son solo números. Uno más, uno menos. Un millón más, un millón menos. Lo mismo da; no hay catástrofes, no hay tragedias… solo números que vienen y van y mientras sean eso y nada más no hay de qué preocuparse.

¿Cómo es posible olvidar las formas? No lo sé, percibo cierta escandalosa tranquilidad dentro de mí que no sé de dónde proviene. Por momentos siento que nada de lo que parece salir de mí realmente me pertenece. Esta tranquilidad me perturba y causa estragos en mi interior, y no puedo darme cuenta si tengo todos los problemas del mundo o es que simplemente no tengo ninguno. Bastaría un problema más o uno menos para sencillamente caer en un abismo oscuro de calamidades sin nombre.

Pero de esto nada sé realmente. El mundo en el que vivo me resulta tan ajeno que no me parece extraño dudar si yo correspondo a él. Por eso prefiero cerrar los ojos, no ver lo que ni siquiera puedo ver tal como es. Así, solo me quedan los sonidos y los olores, no las formas; las formas ya no existen porque ahora son solo números. Sí, números. Números que vienen y van y solo eso, números que vienen y van, números… Las formas lo destruyen todo, se lo comen todo, lo absorben todo, y entonces todo pierde cordura, todo pierde orden y estabilidad y sentido y dirección. Las formas no son seguras, no son confiables; los números sí. Los números están ahí para ser manipulados, no las formas. ¿Quién puede manipular las formas? ¿Cómo podría rechazar los números?

Ahora soy un viejo que no recuerda su nombre ni su edad, y que solo ve números que vienen y van y así, aunque el tiempo se detiene, todo sigue su curso y en verdad nada importa realmente cuando de números se trata. Las siluetas, contornos y sombras de los objetos que me rodean no tienen ninguna importancia para mí, tal vez un día desaparezcan por completo y yo ni siquiera lo note; no obstante, hay momentos en que abro los ojos y veo a mi viejo revólver sobre la mesita de noche, inmóvil, silencioso, y entonces me pregunto si sería capaz… luego me pregunto si no lo habré hecho ya…

martes, 23 de febrero de 2010

Los restos

Genial ilustración de Sebas basada en "Los restos". No voy a subir el cuento porque lo estoy preparando para participar de un concurso, pero la ilustración me pareció tan buena que no podía dejar de subirla. Que la disfruten.