viernes, 29 de julio de 2011

Fragmento con dedicatoria implícita

Me asomo, espío entre las figuras que se funden en la oscuridad y van mutando, con una mano entorno suavemente la puerta y entre las sombras descubro una lucecita que tirita o baila, una pequeña estrella que se desliza por el aire espeso; descalza, brilla como una luciérnaga en una noche que podría ser todas las noches; desnuda, se estremece con un soplo que le susurra en el cuello.

De a poco, entro en la habitación sin rozar el suelo, flotando en una nube de terciopelo mojado. El tiempo se detiene de a ratos, me abriga un aroma a frutas rojas y el azúcar se me impregna en el cuerpo. Sigiloso, me acerco y alcanzo su mano; inexplicablemente me asalta una sensación extraña: hay algo que se mueve en el aire, una música entre los dos. ¿O serán nuestros pensamientos que se chocan como dos mariposas borrachas volando en opuesta dirección? Mi mano sube por su brazo, por su hombro y se adormece en su mejilla; un calor rosado invade mis poros y siento ganas de abrazarla. Mi deseo se confunde con su risa, las palabras estallan perplejas en mi boca; prefiero la mudez de nuestras respiraciones, el silencio de nuestras caricias. Noche oscura de palabras amputadas, que se carga de sentido a cada paso que damos. La música invisible hace de concierto y nos guía.

Me acerco más y más, con certeza felina, hasta que las distancias revientan en un estallido cósmico, casi inverosímil, y el sabor de su boca me llena de vida, de tardes verdes bajo el sol y de amaneceres surrealistas. Sus párpados cerrados como dos lunas menguantes. Su boca, húmeda, que se deshace en mi boca. No es el tiempo el que se detiene de a ratos, somos nosotros los que fabricamos nuestro propio tiempo, que se hace ceniza entre los dedos.

Nada más importa, somos dos o somos uno, somos uno y nos une la noche, cómplice y testigo, confidente y delatora, la noche nos oculta y nos ostenta. La sangre se agita, los corazones desesperan, se confunden en un mismo canto de tambor y nosotros, inviolables, ya no pertenecemos a ningún sitio, sólo a aquél que construimos para nosotros mismos.

Una lucecita se estremece y baila en mi habitación oscura. Es de noche. Esa lucecita sos vos.

Y la eternidad, propia del mar o del cielo, hoy cede y se recuesta en tus ojos.

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